Las banderas de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay aparecen en el estado de su perfil de Whatsapp. Reflejan un recorrido que comenzó el 3 de agosto de 2014 y terminó en marzo de este año, 31 meses después. Es que Pablo González, o más bien “Marley”, como lo bautizó un entrenador a los 12 años por ir a los entrenamientos con la camiseta de Jamaica, hizo una promesa. “El día que me fui dije que volvía para el centenario de Obras”, le comentó a los suyos antes de partir con el objetivo de sembrar el rugby en toda Sudamérica.
Hoy “Marley”, quien está en el club desde los 10 años y fue alumno del Instituto Obras, tiene 27, la cabeza llena de rastas que se hizo unos meses antes de iniciar la aventura y varios bolsos cargados de anécdotas y experiencias. El jugador del Plantel Superior cuenta su historia.
“Lo único que he hecho constante en mi vida es jugar al rugby en el club. Incluso tengo el escudo tatuado. En noviembre de 2013 compré un pasaje de avión con nueve meses de anticipación a Venezuela. Realmente era un chico con un trabajo normal, de oficina, en una empresa de remises. Pero un día me pregunté: ‘¿Qué le voy a contar a mis hijos, que toda la vida trabajé y viví en una ciudad y que tuve una vida monótona?’ No. Quería ver como era conocer países de la región, también impulsado por un gran sentimiento sudamericano que tengo desde chico”, fue el interesante planteo que se hizo.
“Marley” es entrenador nivel 1 y 2 de la URBA e hizo un curso básico de referato. Fueron esos conocimientos los que le abrieron la puerta del continente. “Me dediqué a buscar vía Facebook clubes de Venezuela como primer destino, y después se me ocurrió recorrer Sudamérica. No tenía el coraje para agarrar la mochila y salir caminando hacia arriba, entonces decidí empezar por ese país. En los meses previos fui gestionando eso y mandando mi CV deportivo y certificados avalados por la URBA para comenzar a trabajar. Y bueno, la aceptación fue buena”, explicó.
-Me imagino que la experiencia que ganaste es enorme.
-En lo personal fue mucho aprendizaje y experiencia en cuanto a conducir diferentes tareas en diversos sitios del continente. En algunos lugares masifiqué el rugby y en otros fui jugador o entrenador. Es un deporte que te abre las puertas a donde vayas. En cada club hay una familia, hay gente que te recibe muy bien. Te brindan hospedaje, comida, es un intercambio cultural hermoso. Volví millonario de amigos. En casi todas las uniones de rugby se conoce a Obras, saben de donde vengo. Aprendí a manejar planteles, a enseñarle a chicos aborígenes en Cuzco, a gente en Chile y en Bolivia que incluso hablaba quechua y muy poco de español. El rugby es un deporte que ha crecido mucho a nivel mundial, y creo que nuestro continente ya está mucho más organizado y preparado estructuralmente en cuanto a Federaciones. Queda el orgullo de saber que dejaste tu granito de arena en algún sitio. La idea sería recibir a fin de año gente de otros países para celebrar los 100 años del club.
-¿Te topaste con realidades duras?
-Pasa que cada país tiene su historia, su cultura, sus padeceres y sus fortunas. En cuanto a lo social, Venezuela en un lugar que hoy está muy mal. En Maracaibo me tocó entrenar chicos de muy bajos recursos. Es donde más se veía la garra de la gente. Hoy tenemos como ejemplo a la Sub 20 de fútbol, que alcanzó la final del Mundial. Es un ejemplo ese esfuerzo del pueblo vinotinto. En el caso de Perú, me dejó la enseñanza que mucha gente vive con cosas que quizás en Capital no entendemos. En estos lugares la gente no necesita demasiado para vivir, sobre todo en los pueblos indígenas. Con sus ovejas, su ganadería y sus plantaciones viven bien. Es muy lindo haber podido dejar un mensaje en lugares así.
-¿Cómo te recibían?
-Si vos vas con positividad, la gente te devuelve lo mismo. Me ha tocado en Santa Teresa, una ciudad popular a ocho kilómetros de Machu Picchu pueblo, dar rugby gratuito en unas aguas termales donde me estaba quedando con mi pareja, que es colombiana. Ella ahora está ayudando en las infantiles de Obras y estamos con ganas de armar el femenino del club. La gente comparte sus costumbres. Vos le enseñás un deporte como el rugby, que tiene valores como igualdad, superación, compromiso y humildad. Siento que a los sudamericanos nos hacen falta esos valores. Hay que respetar todas las culturas, no son ni superiores ni inferiores. Eso es lo más lindo que me quedó del viaje.
-¿Cómo hacías para mantenerte económicamente?
-La experiencia que adquirí en Argentina era tentadora para cada club al que llegaba. Lo que iba cuadrando antes de llegar era que yo los ayudaba en los entrenamientos de juveniles, o como asistente táctico o técnico, o mismo entrenador principal a cambio del hospedaje. Después, por la comida generalmente me conseguía un trabajito. De mozo, típico de viajero, e incluso en Perú llegué a vender bombones. Hice de todo. Igual esto se dio según el lugar en el que estuve. En algunos lados me compraban algo de comida por mes. Esto del rugby siempre una puerta te abre. Y así se fue armando el camino. Durante el viaje me pasaron todas cosas buenas. Donde me robaron fue a la vuelta, en Retiro, cuando el colectivo se metió por detrás de la Villa 31. Ahí nos saquearon las valijas. Una cosa increíble. Perdí un montón de recuerdos, pero por suerte algunas cosas se salvaron. Después los clubes me fueron enviando cosas.
-¿Tocaste fondo o se te complicó la cosa en algún momento?
-En cuanto a lo emocional siempre estuve bastante bien plantado, pero económicamente hablando toqué fondo dos veces. Una fue en Bogotá. Me gasté plata que tenía ahorrada para estar en el “Jamming”, el festival de reggae más importante de Latinoamérica. Cumplí un sueño confiando que después iba a entrar plata para reponer lo que había gastado, pero después no conseguí trabajo tan fácil y tuve que pedir guita prestada a mis amigos y a mi viejo en Buenos Aires. Y lo mismo me volvió a pasar en Ecuador, pero eso fue por una falla organizativa. Me iban a poner a arbitrar un torneo internacional y al final no se dio por una cuestión dirigencial. Eso provocó que me vaya desde Guayaquil a Trujillo a dedo. Me tocó viajar dos días con 20 dólares en el bolsillo y dormir en la frontera entre los países. Eso fue algo muy loco.
-¿Hay algún hecho que destaques por sobre el resto y que te genere orgullo?
-Sí. Cuando llegué a Perú me recibió un club que se estaba formando con poquitos chicos. Hoy, esa institución es una realidad y ha dado jugadores a la selección. Uno se llama Kevin Zumarán, quien es un gran referente del rugby del norte del país. Cuando yo llegué era un niño de 15 años, pero bastante aplicado en su vida y con el colegio. Yo le vi condiciones y le dije a la madre que si lo apoyaba iba a terminar en un seleccionado. Hace poco Kevin jugó el segundo Sudamericano de su vida representado a Perú. Es muy loco como mi pasada fue dejando algo en cada lugar.
A veces, un viaje puede abrir la mente y cambiar una vida. Eso es justamente lo que ocurrió con “Marley”: rompió los esquemas, salió de su zona de confort y construyó esa aventura que muy pronto le contará a sus hijos.