Ahí llega él, un tanto apurado, con su morral a cuestas a la zona VIP del estadio de Obras. A las 18 lo esperan para entrenar como todos los días en el CeNARD, así que la idea es no desperdiciar ni un segundo de charla. Julián Pinzás, el campeón Panamericano en Toronto 2015, no pierde la humildad. Se nota en su cara, en sus gestos y en la predisposición para hablar un rato de karate y volar por sus comienzos, sus conquistas y su presente.
No se olvida de esa medalla de oro histórica que se colgó el año pasado, pero para él lo más importante es mirar hacia adelante. Al mismo tiempo que guarda la medalla en un cajón, saca pecho para lo que viene: el Panamericano de la especialidad en Río de Janeiro, en mayo. “Mi psicóloga deportiva, Nelly Giscafré, que trabaja en el CeNARD conmigo, me dice siempre que del éxito hay que olvidarse rápido, pero no de la manera de cómo se llegó al éxito. Esa frase siempre la tengo presente. Así que ya estoy enfocado en el Panamericano. Estamos muy bien físicamente y técnicamente no paramos nunca. Con muchas ganas de tomar el desafío sin presiones, que era un poco lo que tenía miedo que me jugara en contra. Espero estar en mi mejor versión durante esos días. Pienso que los rivales me van a tener un poquito más en cuenta. Estoy trabajando para variar un poco todo lo que ya mostré, porque si no evolucionás todos te van a sacar la ficha en algún momento y va a ser fácil para ellos”, sostiene.
Pero detrás de este presente dorado hay una historia muy rica. Pinzás comenzó con el karate a los 5 años en el Club Santa Lucía del barrio de Barracas, donde nació el 13 de septiembre de 1990. “Ricardo López Correa, quien sigue siendo mi profesor, dijo que era muy chico, pero que si acataba las reglas podía empezar. Se ve que me porté bien. Se formó un buen grupo con los chicos del barrio. Y además estaba mi hermano, quien es cinco años mayor y me ponía los puntos. Me pude adaptar bien y el karate comenzó a gustarme a partir de ahí”, recuerda.
-¿Quién te introdujo en el karate?
-Ricardo, mi papá.
-¿Lo practicó alguna vez?
-Es curioso que me lo preguntes, porque hace poquito, en una cena, me enteré que hizo un año de karate cuando era chico. Él es de Villa Madero, cerca de San Justo. Nos empezó a contar que cuando era chiquito había un Dojo (lugar de entrenamiento) cerca de su casa y le gustó. Ahí empezaron las preguntas: ¿llegaste a algún cinturón? ¿Qué estilo eras? No se acordaba de nada (se ríe). Después la academia cerró y dejó la actividad, entonces cuando se mudó a Barracas nos llevó a nosotros al club. Se ve que había algo en la familia.
-¿Cuándo hiciste el clic y decidiste dedicarte de lleno a la actividad?
-Un punto clave que recuerdo se dio cuando tenía 10 años. Mi hermano, con 15, representó a Argentina en un Panamericano juvenil y trajo la medalla de plata. Ver su recibimiento, como entrenaba… Tengo la imagen de que se fue de un cumpleaños mío para entrenar. Un poco me inspiré en él, me sorprendía su responsabilidad. Y luego de verlo a él pasé a observar a otras figuras del karate argentino. Lucio Martínez fue medalla Mundial y Franco Icasati, que es otro de los profesores acá en Obras, resultó ser después mi capitán en la Selección argentina. Tuve varios referentes y me empezó a interesar más la vida del karate deportivo.
La vida de todo karateca se rige por las reglas del Dojo Kun, una serie de preceptos que hay que respetar en el lugar de entrenamiento. Pinzás se encargó de colgar un cartel en el foyer del club para que todos lo chicos puedan verlo mientras practican. Estos son intentar perfeccionar el carácter; ser correcto, leal y puntual; tratar de superarse; respetar a los demás; y abstenerse de procederes violentos.
-¿Trasladás estos conceptos a tu vida?
-Eso es algo muy interesante de remarcar, porque tenemos metido en la cabeza que todas las semanas debemos repetir las mismas técnicas buscando el perfeccionamiento. Esto lo traslado a la UBA, donde estudio kinesiología. Hasta que no termino de entender algo soy muy constante. Hasta que no le encuentro la vuelta no paro. Los primeros años de estudio fueron difíciles. Entre los viajes, las competencias y los entrenamientos, la entrada a la facultad se me hizo un poco larga. Mi familia me propuso pasar a una privada, pero yo preferí que no y después me fui acomodando. Toda esa tenacidad me la dio el karate, la disciplina. De hecho, cuando era más chico me quise alejar de la actividad, pero después volví porque era algo que tenía muy incorporado. Ahora, a cada cosa que quiero emprender le meto la filosofía del karate.
-Hace un tiempo contaste que estudias para curar tus propios dolores.
-(Se ríe) La idea es seguir ligado al ambiente del deporte una vez que el cuerpo no de más. La vida de todo deportista es finita. Me interesa mucho la rehabilitación de los atletas y la investigación de técnicas de karate para ayudar a la gente que practica. Me enamoré de la carrera, me representa porque tiene que ver con el movimiento y la actividad y tiene un enfoque más bien terapéutico y de prevención.
Donde habrá sentido dolores fue en Toronto. Pero esos dolores “lindos”, que al final terminan rindiendo sus frutos. El recuerdo de la lucha final ante el dominicano Deivis Ferreras en la categoría -67 kg. está latente. Pinzás perdía 2-0, pero a segundos del final, al mejor estilo Daniel San en Karate Kid, pudo conectar a su rival e igualar la lucha. La decisión de los jueces, quienes premiaron la búsqueda del argentino, le dieron paso al festejo y a las lágrimas de emoción.
-¿Fue el mejor día de tu vida?
-Sí, de mi carrera seguro, y de mi vida uno de los primeros. Fue mucha emoción junta luego de tanto trabajo, de algunas idas y vueltas y de que la cabeza quizás no estaba en su mejor momento. No quiero decir que fue una sorpresa porque se trabajó y se fue pensando en eso, pero sí una satisfacción enorme.
-¿Cómo fue esa noche?
-Fue una catarata de mensajes y buenos deseos de gente que conocía y que no. El cariño se sintió hasta de gente que quizás no tenía idea de karate. Eso fue un regalo impagable. Cuando fui al comedor me aplaudieron las delegaciones de todos los deportes que quedaban en la Villa. Lo recuerdo y me llena de orgullo. Y ahora estamos en Obras para seguir difundiendo lo que amo y lo que representa en mi vida este deporte.
-¿Lo pudiste disfrutar a pleno o te costó caer?
-Más vale que lo pude disfrutar. Esas cosas no pasan todos los días y tuve un tiempo de gozar la medalla. Junto a Miguel Amargós (campeón en la categoría -84 kg.) pusimos al país en el tercer lugar del medallero de karate, fue algo histórico. Pero bueno, en algún momento hay que olvidarse de la medalla. Así que hay que seguir con el trabajo y con la impronta que teníamos antes de competir en Toronto.
-¿Con qué mentalidad llegaste a Toronto? ¿A medida que corría el torneo empezaste a sentir que podías ganarlo?
-Quizás los días previos tenía esa sensación de que no llegaba como el favorito y de que había rivales mucho mejores, pero el día de la competencia me los quería comer a todos. No importaba quien se me pusiera adelante. Esa seguridad que tuve es producto de un trabajo consciente y de muchas ganas de ganar. Eso es lo que quiero repetir de acá en adelante.
-¿Sos otro deportista luego de hacer logrado el oro o te sentís igual?
-Yo creo que sigo siendo el mismo. Sigo planteando las mismas inquietudes tácticas y estratégicas y pienso los combates igual que antes de ese torneo. Creo que tengo un plus y mucho para dar. Esto me dio una gran confianza. Ahora hay que apuntar a más y mejorar los logros. Yo se que puedo aspirar a una medalla Mundial. Ese es el objetivo principal.
-La meditación te ayudó, ¿no?
-Sí. Empecé meditación el año pasado, previo a los Juegos. Es una herramienta muy útil porque mejora el tono muscular y te libera de tensiones que te imposibilitan hacer bien la técnica. Me permitió tener una mente tranquila y un cuerpo relajado durante los Juegos.
Además de meditar, Pinzás ya planea el ciclo para tratar de repetir el oro en Lima 2019. Para el karate es el objetivo máximo a nivel olímpico. “Esperemos que luego de este año no sea así”, desea. Claro, en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el karate puede ganarse el lugar que merece. Que así sea.