Uno de los deportes que supo tener su época dorada en el club fue el vóleibol. Mucho tuvo que ver para que eso sucediera Fabián Armoa (53), hoy conocido por ser multicampeón con UPCN de San Juan y haber dirigido a la Selección argentina. Una persona que llegó en 1988 para jugar pero se encontró con un futuro como entrenador. De ahí se desprende la importancia que tuvo el aurinegro para su carrera. “El espíritu de Obras sigue viviendo en mi”, asegura.
-¿Cómo fue que el destino te trajo a Obras?
-Llegué a mediados de 1988, para jugar la Liga 88/89. El técnico era Eduardo Pizzichillo. Estaba formando un nuevo equipo, ya que se le iban los dos receptores como el Lagarto Guillermo Álvarez y Alejandro Grossi a jugar a Europa. Antes lo había llamado a Pipa Siracusa, mi mejor amigo, que jugaba en Muni, pero él también se iba a Italia. Entonces me recomendó a mi. Fui a unos entrenamientos y quedé en el equipo.
-¿Qué es lo que recordás de ese momento?
-Recuerdo que eran todos chicos muy jóvenes pero que jugaban muy bien. Yo era el más grande, tenía 24 años. Luego llegó Julio Di Giorgi de Rosario, que era mayor que yo, y el refuerzo era otro niño de Santa Fe, Conrado Diez Rodríguez, que saltaba como nunca vi a nadie hacerlo. En ese equipo estaban grandes jugadores como Luis Camponovo, Fernando Borrero, José Luis Salema, Juan Serramalera, Javier Sala, Seba Mendoza, Charlie Laje y en algún partido estuvo Esteban De Palma, que venía de los Juegos Olímpicos de Seúl y era medalla de bronce. Realmente a mí me costaba mucho dar con el nivel de los muchachos, quienes eran más altos y fuertes y trabajaban muy duro. El técnico era muy bueno, un poco chiflado sí, pero nos enseñó a jugar a todos y a mi particularmente. Esa Liga se cortó a fin del ’88 y nunca terminó. A la par, yo ya dirigía los infantiles y los cadetes, ya que al poco tiempo de mi llegada corrieron al entrenador y alguien pensó en mi, que venía de entrenar a los preinfantiles de Macabi. Con gusto acepté la propuesta.
-¿Cómo siguió la historia?
-Para el año ’89 todo era un problema porque volvían los jugadores de Europa. Estábamos los que quedamos en el equipo y los chicos de inferiores que pedían cancha, entonces eran entrenamientos imposibles de 25 personas. Para colmo, Eduardo (Pizzichillo) se quería ir a Italia, entonces ponía a jugar a los “europeos”. Era tal el fastidio que un partido perdimos los puntos. Solo fuimos cinco y ese fue el quiebre. La comisión de vóley no quería que Pizzichillo rompa su contrato para irse a Italia, entonces me ofrecieron a mi hacerme cargo como única opción. Me gustaba el desafío y “Pichu” era mi amigo, entonces no podía decir que no. Así que acepté, él se fue a Italia y yo pase a dirigir a mis compañeros. Tomé el equipo clasificado octavo para los playoffs. Jugábamos con Ferro, que era el primero, y lo sacamos. Luego le ganamos a GEBA y por último vencimos a Ciudad. Así fuimos campeones y allí comenzó toda la historia exitosa de los noventa. Yo nunca más volví a jugar. Hasta hoy soy entrenador, así que aquella época marco mi carrera en el deporte.
-¿Qué lugar ocupaba el vóley en el club?
-No ocupaba un gran lugar cuando yo llegué. No había pelotas para entrenar, entonces los chicos de inferiores se traían la suya al entrenamiento. Para la primera había solo cuatro, pero así y todo ganamos el campeonato. El club tenía como deporte estrella al básquet, pero eran épocas de vacas flacas para ellos. El auge de la Liga Nacional no favorecía al club, entonces el vóley, que era mucho más barato, se fue imponiendo como el deporte de conjunto de la institución, ya que en el ’89 ganamos el Campeonato argentino y en el ’90 hicimos podio en el Sudamericano. Además eran dominantes la esgrima, con Pampín y Turiace, y la natación, con Arsenio y Sachero.
-¿Coincidiste con Marcos Milinkovic?
-Sí, yo lo llevé al club en el año ’90. Era un muchacho de 19 años con condiciones, pero no sabía jugar. Solo conocía algunos fundamentos básicos. Hubo que trabajar mucho para que pudiera estar en el equipo titular. Recuerdo que para enseñarle a atacar la pelota alta teníamos que correr una tribuna para hacer la carrera de aproximación. Entre todos la movíamos y así entrenábamos. Era un gran chico. Todos sabíamos que iba a ser un gran jugador y nos haría ganar aun más todavía.
-¿Cuál fue la línea de entrenador que seguiste?
-Creo que fui un discípulo de Pizzichillo. Como técnico seguí su línea y creo que la mejoré, ya que le puse la impronta del barrio, la táctica de la calle. Tuve una gran relación con mis ex compañeros. Obtuve una experiencia inigualable. Obras fue mi escuela y, a su vez, yo era el maestro. Pude desarrollar cuanta cosa se me ocurría, mi equipo era sumamente adaptable a cualquier situación. Ganamos 23 títulos, entre ellos cuatro Metropolitanos, dos Ligas, dos abiertos internacionales, una Supercopa…
-¿Cómo definís tu paso por Obras?
-Fue una forma de hacer las cosas, algo que yo jamás resigné, ni negocié. Era la manera como yo siempre vi el deporte de élite. Era darle valor a la gloria, a la camiseta, era trabajar muy duro, a veces en condiciones difíciles, pero siempre con buena predisposición y amor por por lo que hacíamos. Hoy dirijo un equipo súper profesional, pero el espíritu de Obras sigue viviendo en mi.
FOTOGRAFÍA: UPCN Vóley