Cinco años después de ganar el partido de la vida, Martín Renzacci (36) disfruta normalmente de su presente junto a su esposa Carolina y sus hijos Ignacio y Nicolás. Parece inverosímil que hoy esté dentro de una cancha de básquetbol jugando con los veteranos de Obras, pero eso fue posible gracias a una fortaleza y a un espíritu de recuperación pocas veces visto.
Renzacci nació en Bahía Blanca, una de las ciudades del país donde se respira básquet. Juan, su hermano más grande, empezó a jugar en Estudiantes, pero en edad de Minibásquet la familia se vino a vivir a Buenos Aires. Sus padres querían que estuvieran cerca de un club y el destino fue River. Ahí Martín hizo Mini e infantiles. Después, a raíz de otra mudanza, se fue a jugar a Platense, donde hizo cadetes y juveniles. Su recorrido en la primera de Capital comenzó en Pinocho, cuando todavía era último año de juvenil. Ya de grande pasó por BANADE y Arquitectura.
El 2 de julio de 2011 dio uno de los pasos más importantes de su vida: se casó con Carolina, el amor de su infancia. El 4 se fueron de luna de miel a Australia. Todo parecía normal, hasta que el 16 comenzó lo que sería un camino lento y lleno de sufrimiento. A Renzacci lo internaron en el hospital Royal Hobart de Tasmania, una isla al sur de Australia. Sus piernas y brazos no respondían. Se trataba del síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad en la que el sistema inmunológico del cuerpo ataca por error al propio sistema nervioso.
“Esto avanzó muy rápido y ese mismo día quedé internado. Estuve tres meses en terapia intensiva, de los cuales 24 días fueron en coma, cien por ciento paralizado. Una vez que comencé a mejorar y a respirar por mis propios medios empecé con alguna pequeña movilidad en las plantas de los pies. En ese momento vino un avión sanitario y volví a Argentina. Acá fueron seis meses de rehabilitación. Al ser una persona sana y deportista, los músculos y el cuerpo en general tuvieron memoria y logré recuperarme muy bien. Casi que no me quedaron secuelas, apenas un poco de falta de sensibilidad en las plantas de los pies y del lado derecho de la cara. Estar jugando al básquet cinco años después de todo lo que me pasó me genera una felicidad inmensa”, cuenta Renzacci.
-¿Sos consciente de lo sorprendente de tu recuperación?
-Sí, la verdad que fue tremendo. A cada uno lo agarra con distinta gravedad y después se recupera diferente. Pero bueno, yo tuve el síndrome más intenso. Estar jugando al básquet y haciendo una vida normal, porque ya estoy plenamente recuperado, es increíble. Todo el mundo se sorprende. En Australia y apenas llegué a Argentina me decían que no iba a volver a caminar porque no había conducción de información en el sistema nervioso. Y, de repente, unos meses más tarde ya estaba trotando. Fue una locura.
-¿Qué fue todo lo que tuviste que hacer para evolucionar de tal manera?
-Estuve internado dos meses en una clínica de rehabilitación. Tenía doble y a veces triple turno de kinesiología para volver a caminar, terapia ocupacional para el movimiento de las manos y fonoaudiología para volver a hablar, a comer y a tragar. Tuve que aprender todo de nuevo. Una vez que me dieron el alta de internación, estuve yendo seis meses más al hospital de día. Dormía en mi casa, pero iba todo el día a la clínica. En total me llevó un año toda esta movida. Fue durísimo, pero logré salir adelante.
-¿Fue como volver a nacer para vos?
-La verdad que sí, fue como una nueva posibilidad de vida y desde otra óptica. Uno va aprendiendo de lo que pasó, a poner todo en su lugar y a valorar cada cosa como corresponde. Todo se disfruta el doble.
-Y ahora, como si nada hubiera pasado, estás jugando con el Maxibásquet +35 de Obras. ¿Cómo se dio tu incorporación?
-Cuando me empecé a recuperar, mi hermano arrancó a jugar en veteranos y me contaba lo bueno que estaba. A partir de ahí incursioné con él un año en Villa Mitre. Pasé también por Platense. Y a principio de este año me lo crucé a Diego Grippo, quien me comentó de la posibilidad de pasar a Obras, que estaba armando un plantel de jugadores de mucha calidad. La verdad que es una gran experiencia jugar en el club. La cancha es muy linda, los compañeros saben mucho de este deporte y estamos haciendo un buen torneo.
-¿Qué opinás del grupo que formaron y de la temporada que están haciendo?
-Es un muy lindo grupo de compañeros, con jugadores de mucha experiencia y capacidad. Pero, sobre todas las cosas, de muy buena gente. Tuvimos un buen rendimiento a lo largo del torneo. En el cruce nos tocó enfrentar a Campos de Echeverría, que es el multicampeón, pero estuvimos ahí nomás de ganarle. Creo que si nos hubiésemos juntado al menos un día por semana a entrenar estaríamos más arriba. Igualmente, me parece que lo que conseguimos es positivo. Tampoco hay que olvidarse que esto es +35 y todos tenemos actividades y responsabilidades que asumir en la vida cotidiana.
-¿Cómo lo ves el cruce que se viene con GEVP A por el quinto puesto?
-Es otro playoffs duro porque ellos tienen un buen plantel, pero creo que nosotros estamos teniendo un mejor nivel. Además entiendo que tenemos un mejor equipo, así que deberíamos quedarnos con el quinto puesto. Confío en eso, sobre todo a través de nuestro juego interno. A GEVP se le va a hacer duro porque no tiene tanta altura.
-¿Te quedás a jugar el año que viene?
-La idea es seguir en el equipo. El grupo es bueno y el club es excelente, así que sería un placer poder continuar.
Martín y su esposa volcaron toda esta experiencia en un libro que se llama “Despertar en Tasmania”. Carolina, psicóloga ella, encontró en la escritura un lugar donde descargar sus emociones durante la internación. Todas esas páginas fueron recopiladas para contar esta historia y, por qué no, ayudar a muchas personas que enfrentan la misma situación.
La tormenta ya pasó para Renzacci, quien hoy se ocupa plenamente de sus dos amores: la familia y el básquetbol.